“La batalla de los ausentes”: La guerra contra nosotros mismos
Cita imprescindible para cualquier amante de la escena estos días en Tenerife. El pasado viernes recalaba en Los Realejos La Zaranda. La compañía andaluza, veterana y mítica, ofrece en “La batalla de los ausentes”, una crítica a la guerra y al poder desde la sátira más profunda.
Nos encontramos con un ejército decrépito, con tres personajes que rozan el esperpento. Dispuestos a homenajear a los compatriotas que cayeron en el campo de batalla. A esperar nuevos conflictos bélicos pero el olvido se cierne en sus carnes. El viaje se convierte en una punzante metáfora de la vida y la muerte, con toques “quijotescos” y “beckettianos”. Seremos partícipes de que el enemigo no está en la trinchera sino en nosotros mismos. Otra vez el teatro como reflejo de una sociedad donde el poder nos devora y coarta. De él se alimenta (y retroalimenta) la corrupción y la desidia. Lo peorcito del poder.
Eusebio Calonge construye otro texto magnífico repleto de simbolismo y poesía
Eusebio Calonge construye otro texto magnífico repleto de simbolismo y poesía uniendo farsa, comicidad, y crítica sin contemplaciones. Concibe una metáfora cruel de nosotros mismos, de lo que nos atañe, para salir del teatro con más preguntas que respuestas. El lenguaje escénico de la compañía, en plena madurez, continúa teniendo esencia de Inclán o Beckett. Todo con un prisma muy personal y totalmente reconocible.
Nuestro ejército protagonizado por Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez (Paco el de la Zaranda, asume de nuevo la dirección), son supervivientes de una guerra olvidada. Definen con sus caras lo grotesco, lo desagradable, empeñados en mantener lo imposible pero que en cierto modo llega a provocar cierta ternura en el espectador. La sátira más cruel asoma en sus labios, y la palabra rezuma poesía. Sobre todo a medida que avanza la función en un juego paralelo de paso del tiempo y crueldad humana. Una lucha por la dignidad que se convierte en un acto de fe.
Escenografía justa y eficaz que destila hermosa alegoría
Escenografía justa y eficaz que destila hermosa alegoría, como la bombilla que cuelga a modo de horca, las camillas que son trincheras, la aspiradora como arma o los “maniquíes/muñegotes” que vienen y van como una culminación de lo grotesco. Todo ello perfectamente hilvanado. A ello se une una iluminación que realza tanto a los personajes como al vestuario andrajoso y amarillento que trasciende a la decrepitud.
El teatro de La Zaranda provoca esas risas congeladas, entrecortadas que nos hacen reflexionar sobre la condición humana, el poder y la memoria incluso hasta en el propio final de la obra donde nuestros protagonistas desaparecen sin dejar rastro.
Aún quedan dos funciones en El Sauzal y La Laguna (Paraninfo ULL) que se evidencian imprescindibles en este mes de noviembre.