“Elektra.25”: Venganza hipnótica
El pasado fin de semana el Teatro El Sauzal se sumergió en una de las grandes tragedias griegas. “Elektra.25” a cargo de la compañía sevillana Atalaya encandiló al público entre bailes y cantos salpicados de tragedia y venganza.
Atalaya vuelve a revisitar la obra de Sófocles esta vez con ese 25 en el título, anunciando los años de la compañía sobre las tablas. Un laboratorio teatral que sigue dando frutos de rigurosa excelencia como esta Elektra hipnótica y seductora.
Ricardo Iniesta, artífice como director y dramaturgo de este montaje como de tantos otros de la compañía, bebe de Heiner Müller y la ópera de Hoffmanstahl. Crea un clímax de tensión de comienzo a fin, donde el espectador se ve arrastrado por un reguero de sangre, venganza y odio a partes iguales.
La obra plantea una reflexión sobre las consecuencias de la venganza
Conocida la historia. La hija de Agamenón, rey de Micenas, y de su esposa, Clitemnestra, detesta a su madre cuando esta asesina a su padre. Ofuscada clama venganza. Un relato que muestra la ruptura de lazos familiares y que Iniesta resuelve con cambios continuos dando peso no solo a Electra sino también a Clitemnestra y sobre todo a Egisto el dictador. Esto hace que la obra plantee una reflexión sobre las consecuencias de la venganza por encima de juicios preestablecidos.
Punto y aparte la importancia del coro que se desenvuelve sin reparos por la escena. Las doncellas de palacio que recelan de Elektra añaden tensión a la trama y se convierten a la vez en otros coros realizando funciones de narrador, voz del pueblo u otras sirvientas de Clitemnestra. Un ejercicio de coordinación física a todos los niveles desde la voz, a los pasos de baile pasando por cantos étnicos en griego y armenio que embaucan el patio de butacas.
La escenografía destaca por el uso prodigioso de unas bañeras que serán ataúd, púlpito, refugio, cárcel o cuna dando lugar a imágenes de enorme intensidad y significado. La iluminación fascinante, siniestra donde predomina el contraste de ocres, rojos y amarillos. Esmero también en el vestuario y en la música que encumbran la catarsis mística de la obra.
Un obra que roza la excelencia y que mereció al público en pie que por desgracia no lleno la función algo a lo que últimamente nos estamos mal acostumbrando por estas latitudes y que obliga a una seria reflexión.