“Los Santos inocentes”: Teatro al desnudo en el Cuyás

Este fin de semana aterrizaba en el Teatro Cuyás uno de esos montajes que nos obligaba a cruzar mar de por medio. La adaptación teatral de “Los santos inocentes” de Miguel Delibes bien merecía el esfuerzo, a lo que se añadía un contratiempo que aunaba riesgo y expectación. La escenografía y el vestuario de la compañía quedaron aparcadas en Cadíz debido a la cancelación del barco que tenía previsto su traslado. Otra vez el mar y la ultraperiferia juegan una mala pasada al arte de la escena ¿o no?.

Desde luego lo que presenciamos en escena fue algo único e irrepetible, razón por la que amamos tanto este arte. Tan sólo por este hecho la compañía y el equipo del Teatro Cuyás se merecen un largo aplauso por el esfuerzo realizado.

Fuera de todo ello .. tocaba disfrutar de una obra icónica debido sobre todo a la adaptación cinematográfica de Mario Camus. Un historia rural donde el autor vallisoletano realiza una denuncia brutal de lo que suponen las jerarquías sociales, sus injusticias, sus dominios sobre las clases bajas y la incultura de estas que los “señoritos” se afanan en prolongar.

Una adaptación que pone en valor la importancia de la educación y la cultura

Paco “El bajo” vive con su familia al servicio del señorito Iván, dueño del cortijo, junto a su cuñado Azarías, con una discapacidad intelectual grave y que acaba de perder a su “milana bonita”. Su conexión con la naturaleza será primordial en esta historia con desenlace trágico.

La adaptación realizada por Javier Hernández-Simón y Fernando Marías se fundamenta en los diálogos poniendo en valor la importancia de la educación y la cultura como cimiento de libertades y por supuesto denunciando la miseria y la humillación. Personajes como Paco siguen siendo reflejo de la sociedad española, del que calla por miedo, y los personajes femeninos forman parte de un abanico de la memoria: Regula, sustentadora; Nieves, abnegada con alguna esperanza; Pura, con ansias de libertad y la “Niña chica”, sufrimiento y desgarro.

En cuanto a la dirección (Javier Hernández-Simón) se ampara en un elenco equilibrado que plasma en escena el alma de los personajes con gran brillantez. A ello se une la resolución de algunas escenas, sobre todo en la parte final de la función donde la iluminación (Juan Gómez-Cornejo e Ion Aníbal) juega un rol principal provocando cierta perturbación en la butaca.

Un elenco que muestra el oficio desnudando el alma de los personajes

Desde luego el elenco merece mención a parte y más si cabe en esta ocasión, donde muestran el oficio con desnudez, a cara lavada, sin adorno. Javier Gutiérrez en el papel principal es el reflejo de ese hombre sacrificado con enorme sensibilidad y Luis Bermejo como Azarías, da relevancia casi de mito al personaje alejándose de histrionismos. Jacobo Dicenta, el altivo y repulsivo Iván juega con su escopeta y el cigarrillo como símbolos de poder; y Pepa Pedroche (Régula) construye su personaje con fuerza envidiable y maestría de raza.

Que decir de los hijos de Paco y Régula, Nieves a la que Yune Nogueiras da un aire de furia contenida y acatamiento en dualidad constante; y por otro Quirce interpretado por José Fernández que asume también el rol de René, ese “señorito invitado” que pondrá contra las cuerdas a Iván.

Por otro lado Fernando Huesca como don Pedro, que aspira a lo que no va a poder ser y que vive cierta agitación con Doña Pura (Raquel Valera) que sueña con salir de su jaula. Raquel mantiene un registro que navega entre esos anhelos coartados y la ofensa, el rencor y sobre todo la insatisfacción. Y finalmente Marta Gómez se enfrenta a la “señorita” escrupulosa a la vez que pueril como Miriam y a la “Niña chica” un cuerpo deforme lleno de dolor, un contraste nada confortable en escena.

Representación que de manera fortuita nos llevo a un teatro en su esencia, desnudo de apariencias y que hizo que el Cuyás viviera dos noches únicas en esta larga gira de “Los Santos inocentes” por los teatros de una España donde conviven (muy a nuestro pesar) Pacos e Ivanes.